Nunca me han gustado los melodramas baratos.
Lamento comenzar así, pero es la verdad. Quizá sea por el hecho de que soy de lágrima fácil y me avergüenza que la gente sepa de mi debilidad. Pero desde luego, nunca he podido resistirme a que de vez en cuando me toquen esa fibra sensible. Y exactamente eso es lo que me ocurrió con "The Lovely Bones" una película de Peter Jackson producida por Steven Spielberg.
Una amiga mía,
Isa, me ofreció ir con ella al cine a ver esta película basada en una novela. Un best-seller, por supuesto. Yo no había leído el libro, y en ese momento tenía otras lecturas más
urgentes. Tampoco me habría dado tiempo a leerlo en los dos días que teníamos antes de ver la película.
Además, me picaba la curiosidad: Había leído el Señor de los Anillos tiempo antes de su estreno en el cine, y quedé maravillada con el resultado. No pudo haber hecho una mejor adaptación cinematográfica de esa novela. Ahora, quería ver si cundía el mismo resultado al revés. Quería saber si, sin conocer previamente la novela, era capaz de envolverme del mismo modo en que lo hizo.
A pesar de eso, busqué algo de información sobre la trama, y me alivió saber que era tan sencilla que no daba lugar a romper el encanto del libro en caso de querer leerlo. Es una historia que
desgraciadamente se repite mucho: Una chica de 14 años es asesinada por su vecino cuando vuelve a casa desde el instituto. A partir de ahí, la chica va a parar a un limbo entre el cielo y el mundo terrenal, lleno de símbolos y desde el cual ella observa el desarrollo de las vidas de sus seres queridos.
La angustia y la rabia de esa niña a la que han arrebatado la vida, la inocencia, el amor y a ratos incluso la esperanza, no puede sino resultar conmovedora. Especialmente, cuando todo se mezcla con al desesperación de un padre que amó a su hija hasta el punto de no rendirse en la búsqueda de su asesino.
Y ese "cielo" en el que ella se encuentra, merece una mención aparte. Los efectos especiales crean un mundo imaginario donde esta chica, y algunas otras, juegan con el tiempo y el espacio, hace y deshacen, y sobre todo; expresan. Ese cielo que mediante símbolos imposibles de captar a la primera nos enseña el pasado, el presente y a veces incluso el futuro de estos personajes. Que nos cuenta sus historias al completo.
Pero sin duda, lo que más me llama de esta historia es, por así decirlo, mi vena masoquista. Sin pensar mal, me refiero a ese cosquilleo de placer que sentimos cuando estamos viendo una película de terror psicológico.
En mi caso, la actuación de Stanley Tucci, que interpreta al asesino; me puso los pelos de punta. No se ve el asesinato ni se menciona realmente la tan nombrada violación que aparecía en todos los resúmenes, solo vemos los momentos previos, y los posteriores, cuando todo ha acabado. No vemos a la chica, más que en su forma espiritual. Y eso solo lo hace aún más espeluznante.
La situación de esa chica, sentada, mientras se siente observada. Y lo mira, sus ojos se cruzan, y no pueden apartarse. Sabe que no le ha hecho nada aún, que no tiene una razón lógica por la que temer, pero... esa mirada. Se siente atrapada, no por ese lugar de una sola salida en el que se encuentra, sino por la mirada de ese hombre, que parece beber de ella, que la consume. Y necesita escapar, y se lanza a la escalera rompiendo la tensión que se ha acumulado en sus cuerpos... con solo una mirada. Y no hay más.
Solo ves cómo él agarra su tobillo pero en la siguiente escena una chica que camina por la calle la ve salir del bosque, corriendo, pidiendo auxilio. Se tocan y lo ves claro: Ella ya está muerta. No sabes nada más, hasta que su espíritu entra en su casa y al cruzar una puerta ve a su asesino relajándose en una bañera mientras se deshace de la sangre y el barro.
Esos momentos se hacen terroríficos a pesar de su sencillez. Logran meterte en la piel de esa chica, la incertidumbre se apodera de ti y no puedes escapar. Por no hablar de la aventura de la hermana pequeña de la fallecida en casa del asesino, que enerva a cualquiera.
Por desgracia, me pareció que sobraba un poco de sensiblería, especialmente esa necesidad imperiosa de un beso del "Moro". A veces me preguntaba si era Otelo o Tomás Moro del que se hablaba. Pero la producción es la producción, y sin historia de amor parece que ya no valen las películas.
Me habría gustado más entrar en los personajes de los padres. Esa madre resulta incomprensible, especialmente cuando se va a recoger fresas cuando decide que no puede afrontar la muerte de su hija. Por no hablar de la pobre "chica rara" con la que podría haber contactado más fácilmente que con el reflejo de una vela.
También he oído que esta película ha sido una gran decepción para los fans de la novela. Por lo que sé, la novela es un tanto más filosófica y menos melodramática, más orientada a experimentar con el recuerdo, el vacío y la pérdida.
Dudo que una novela de este tipo pueda ser adaptada en la gran pantalla sin hacer varios cambios como los que según parece se hizo aquí, añadiendo algo más de significado terrenal. No creo que con otro director hubieran logrado un mejor resultado.